Productos «fake» y los dilemas de las compras

Hay palabras anglesas que casi nunca se utilizan en Europa, pero muy a menudo en África.

Una de ellas es “fake”: falso, adulterado, fingido, simulado, ficticio

El motivo es que en Etiopía, y creo en el resto de África, abundan los productos “fake”, reproducciones mediocres de modelos originales hechas con un solo objetivo: ser lo suficientemente baratas para que todos puedan adquirirlas.

Todo lo demás es accesorio.

Así, quien tenga que salir a comprar la típica cesta semanal, tiene que vigilar de no tropezar con estas seducientes baraturas que duran 5 minutos.

Porqué aquí se descubre que el tristemente famoso “Made in China” tiene incluso varios niveles, hay el “european Standard” y el “african Standard”, con relativos niveles de simulación.

El abanico de productos es naturalmente muy amplio: zapatillas con que se puede andar sólo 500 metros, ropa que aguanta máximo dos lavados, tenedores flexibles tipo “plastic man”, muebles de plástico mirameinometoques, platos que se deforman con una crema tibia, cerillas que se apagan con el soplo del gas, pañuelos que no absorben sino que son absorbidos por los mocos, papel higiénico que… bueno, ya os podéis imaginar!

Pero el sector en donde el “fake” es el dueño absoluto es el material eléctrico.

A parte los días en que no hay luz, que no son pocos, prácticamente cada día me veo enzarzado en una penosa lucha para hacer funcionar algo: enchufes que salen de su lugar junto con el cargador del móvil, lámparas que van según como las toques, cables de extensión que se desenchufan por un soplo de viento… y cuando te atreves a desmontar algo tienes que hacer bien las cosas, porqué los tornillos no van a aguantar que le aprietes más de un par de veces, los hilos eléctricos son o bien tan delgados como la seda, o bien puros alambres más rígidos de un tronco.

La hidráulica es otro sector en donde es muy difícil conseguir que las cosas funcionen, de hecho es casi imposible encontrar un lavabo en Etiopía en que funcione todo realmente bien.

Pero si evitar comprar cosas “fake” es difícil, a menudo incluso comprar resulta imposible. Recuerdo como una amiga boliviana inmigrada en España me decía: “es que aquí vas al supermercado y HAY DE TODO!”… en aquel momento no entendía bien que quería decir.

En Etiopía no te puedes esperar nunca de encontrar seguro lo que vas a comprar, el suministro incluso en los supermercados va sujeto a fluctuaciones inescrutables que hacen aparecer y desaparecer productos sin ninguna justificación aparente.

“Pasta alle? (hay pasta)”

“Ielem. (no hay.)»
Me saca de quicio la naturalidad con que en una palabra pueden anunciarte tranquilamente que: «has salido de casa inútilmente, apáñate de otro modo, no hay otra solución, yo no tengo nada que ver!»

Así aquel tipo de pasta que no se deshace como puré, o aquellos garbanzos que no son piedras de catapulta, o el champú que no te deja los cabellos hechos un estropajo… nada, no te aficiones a nada, porqué pronto tendrás una decepción.

Y después hay una serie de cosas que, al ser sujetas al monopolio de estado, pueden resultar imposibles de conseguir, o a lo mejor vienen racionadas, como el otro día que no me vendieron más de un kilo de azúcar (que en mi casa dura 3 días!).

Y comprar aceite es una actividad que muchas veces resulta incluso emocionantemente prohibida: cuando hay escasez, si vas a la “tinish suk” (lit: tienda pequeña, adonde de lo que hay, hay de todo)  que YA te conocen, y pides por aceite, puedes tener la suerte que, después de una mirada furtiva detrás de ti, te enseñen debajo del mostrador una linda botella de asqueroso aceite de girasol de Singapur… la emoción será enorme y rápida como el intercambio de la suma establecida (un 20% más de lo habitual, naturalmente, más de 3€ al litro por un producto que en Europa nadie querría), y el rápido embolsamiento para salvar las apariencias… así, en una cosa tan sencilla como comprar una botella de aceite, el ferenji descubre la emoción de las compras prohibidas como en las películas ambientadas en los años veinte en los EEUU!

Cuando al contrario hay disponibilidad, comprar aceite sigue siendo problemático, sobretodo si eres un consumidor con un poco de paladar, y un poco de conciencia.

Se puede encontrar fácilmente el aceite de “nuk”, producido localmente con una semilla no bien identificada parecida al sésamo, que va a dar un inconfundible aroma de gasolina a los platos…

También hay aceites de soja o de girasol, se supone, que sólo dejan un rastro empalagoso en el paladar.

El que no está mal del todo es el aceite de palma, si no fuera que solo viene el producido en Malasia, destrozando las tierras de las poblaciones indígenas.

Y el otro día, a falta de nada mejor, el dependiente me ofreció orgulloso una lata de aceite vegetal, asegurándome que la calidad era excelente, ya que venía de los EEUU. La miré con atención, y efectivamente la bandera americana destacaba en la lata, pero debajo venía también escrito: » USAID, not to be sold or exchanged …» *

No me sorprendí, porqué ya me conozco esta vieja historia, y tengo viva en la memoria mi ruta en el Tigray preguntando al chófer:

“Esta gente con todos estos sacos ¿que hacen?”
“Es un punto de distribución de alimentos de los americanos.”
“ah, muy bien!”
Al cabo de unos kilómetros veo una situación parecida con los mismos sacos:
“Ah mira, aquí hay otro punto de distribución!”
“No, este es un mercado!”

No me sorprendí, porqué viviendo en África empiezo a acostumbrarme, y al contrario me viene de preguntar:
“pero aún habrá americanos que creen que su ayuda no es comercializada?”.

“habrá americanos o europeos que se den cuenta del daño que hace llevar sus excedentes a los países “pobres”? no entienden que todo lo que dan entra en el mercado creando un círculo vicioso de dependencia (porqué voy a trabajar la tierra, si después llegan los sacos de los americanos?)”

“habrá una salida de estas espirales que no tenga que pasar por el sufrimiento de los de siempre?”

Y mientras me pongo otra vez estos dilemas insolubles, vuelvo a casa con un horrible aceite de girasol que no ataca mi conciencia, pero no es bueno para la salud de mis hijos; la próxima vez, voy a escoger un aceite bueno, y entre el de Malasia y el de USAID, ya voy teniendo claro cual escoger…

* Prohibida la venta y el intercambio. USAID es la agencia de ayuda humanitaria de Estados Unidos.

2 respuestas to “Productos «fake» y los dilemas de las compras”

  1. Carles Marquès Says:

    I jo que pensava que aquells frankfurts que hi ha per BCN fan servir oli refregit 500 vegades i ja m’esgarrifava una mica… imagina’t allà…
    Gràcies per compartir Emanuele!

  2. Emanuele, leyendo tu blog me doy cuenta de que un mes en Etiopía no es suficiente para sumergirse en la forma de vida de sus gentes, pero sí es bastante para que leyéndote me vuelva a sentir en medio de Addis, rodeada de ojos inmensos que nos miran con curiosidad. Me encantan los temas que estás tocando, no solo por los recuerdos que me traen sino porque nos ayudan a entender situaciones que de otra forma nunca conoceríamos. Gracias! (y también por tus comentarios en mi blog!).

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